Una mujer de corazón

(Revista  El Obrero 15/07/1893)

Manda la noticia: Celso Rey García.

 

Hace ocho meses que Miss Arriete, joven inglesa, rubia y melancólica como todas las hijas del Támesis, habita una solitaria y triste casa de campo en medio de un bosque próximo a esta villa, en compañía de su madre, título nobiliario de la Gran Bretaña.
Su aspecto distinguido, dulce y melancólico interesa a primera vista, y su alejamiento de la sociedad hace pensar si será un víctima del fatal spleen.
Cuando los dorados rayos de sol doran la cumbre del cercano monte de Santa Marta se dibuja en el límpido horizonte su esbelta figura y a la caída de la tarde, a la luz de los últimos resplandores del día, se la ve muchas veces montada, cual valiente amazona, en un hermoso caballo árabe, que con la velocidad del viento salva la distancia que hay desde esta villa a San Payo.
También de noche se la encuentra alguna vez en compañía de su inteligenete Fiel o de su gallardo Alí, nombre de sus dos caballos, hijos del desierto, a quienes quiere sobre toda ponderación.
A la caída de la tarde del día 7 se hallaba nuestra heroína a orillas del Avia ensemismada quizás en dulces recuerdos de la patria ausente, Fiel, su blanco caballo pastaba perezosamente la hierba del camino. De pronto resbala y cae en el río que en aquel punto es bastante profundo. Una correa que desde el petral le sujeta la cabeza le impide conservar esta fuerza del agua y la muerte del noble animal es segura si no hay una atrevida mano que corte aquella traidora correa. Miss Arriete pide socorro. Cincuenta duros, dice, al que salve mi caballo.
Dos hombres que allí se `presentan a arrostrar el peligro y entonces ella se lanza al agua que le llega a la boca y consigue salvar el pobre animal.
Alguna mujeres al verla chorreando agua le ofrecen ropa pero ella da las gracias y pálida pero tranquila y serena monta a caballo, emprende el camino de su casa dejando llenos de asombro a los espectadores de esta escena.
Hemos observado con gusto, que todos cuantos supieron del lance lo lamentaban, demostrando las simpatías que hacia la inglesa, como la llaman, tienen estos habitantes.
Por nuestra parte felicitamos a Miss Arriete de todas veras al mismo tiempo que la admiramos por su valeroso y buen corazón.
De lamentar es también que una mujer de tan bella alma, de tanta ilustración y de tan distinguido porte, huya de la sociedad en la que tanto podría brillar.
 
 

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